Lote 0034 - Denaro
scodellato del 1218-1250 d.c. – Sacro Imperio Romano Germánico, Verona -
Emperador Federico II Hohenstaufen (Prot. 17)
Sacro
Imperio Romano Germánico
Ceca:
Verona
Emperador:
Federico II Hohenstaufen (1194 - 1250)
Año:
1218-1250 d.c.
Metal:
Plata
Peso:
0,30 gr
Diámetro:
11 mm
Estado
de conservación: Entre MB y BB/Entre F y VF/Entre BC y MBC
Precio: CD - Contratación directa
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Denaro (Denier)
El dinero es una moneda
medieval que deriva su nombre del Denier, moneda creada por el emperador
Carlo Magno con su reforma monetaria, quien lo había derivado de la antigua
moneda romana, el denario.
La libra (En francés livre e Inglés
libra), en sentidos de unidad monetaria se dividió en 20 Sólidos (o dinero) y 240
denier. El equivalente en inglés fue el centavo. El símbolo tanto para el viejo
dinero-denier, que para el centavo utilizado hasta hace poco en Gran Bretaña,
Australia y Nueva Zelanda era “d”.
Este “Denaro
scodellato” de Federico II Hohenstaufen acuñado en Verona es ligeramente en
forma de taza (scodella en italiano) y bastante raro por esta ceca; saltuariamente
se encuentran denier de la ceca de Messina o Brindisi, y más raramente de
Verona.
Federico II
Hohenstaufen
De
Wikipedia,
la enciclopedia libre
Federico
II Hohenstaufen (Jesi, 26 de diciembre de 1194 - Castel Fiorentino, 13 de
diciembre de 1250), llamado «stupor mundi», fue rey de Sicilia, Chipre y
Jerusalén, y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Era
hijo de Enrique VI, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de
Constanza, hija de Rogelio II, primer Rey de Sicilia. Según algunas fuentes, su
nacimiento fue público, ocurriendo en una tienda, en plena plaza principal de
Jesi, mientras su madre era arropada por algunos notables de Enrique VI; según
parece, la avanzada edad de Constanza, que durante los ocho años previos se
había mostrado estéril, sentaban dudas sobre la legitimidad de Federico, por lo
que el nacimiento se habría celebrado de ese modo, a fin de establecer garantías
sobre el origen del niño. Federico nacía ya pretendiente de muchas coronas, si
bien la imperial no era hereditaria.
Al
morir su padre, Enrique VI en 1197, Federico fue llevado a Palermo junto a su
madre, donde permanecerá hasta el término de su educación. Su madre Constanza
era por derecho propio heredera del reino de Sicilia, y para asegurar los
derechos de su hijo lo nombró públicamente heredero al trono de Sicilia. La
educación en Sicilia fue un elemento fundamental para formar su personalidad,
debido a la civilización normando-árabe-bizantina presente en Sicilia.
La
unión de los reinos de Alemania y de Sicilia no era vista con buenos ojos ni
por los normandos, ni por el papa, que con los territorios que por diverso
título componían los Estados Pontificios poseía una línea que habría
interrumpido la unidad territorial del gran reino, haciéndolo sentir en
consecuencia rodeado.
A
la muerte de su madre, Federico fue coronado Rey de Sicilia el 17 de mayo de
1198, pero tenía solamente cuatro año y su madre en su testamento nombro tutor del
niño al Papado. Así, el papa Inocencio III se encargó de la tutela de Federico
hasta que fue mayor de edad. A fin de proteger al inexperto Rey contra sus
enemigos, el papa le indujo a que se casara en 1209 con Constanza de Aragón y de
Castilla, viuda del Rey Emerico de Hungría.
Otón
de Brunswick fue coronado emperador como Otón IV por el papa Inocencio III en
1209, con la esperanza de acabar con la hegemonía de la casa de Hohenstaufen;
la enemistad del papado con el padre de Federico, Enrique VI, y su abuelo,
Federico Barbirroja, había sido notoria, al chocar las pretensiones imperiales
de los Hohenstaufen con las papales, que pasaban por crear en Europa un
gobierno teocrático central con el papa a la cabeza. Sin embargo, Otón IV no se
mostró como el campeón papal esperado, y en septiembre de 1211 la Dieta
Imperial de Núremberg decidió confirmar a Federico como Rey de los Romanos,
esto es, candidato electo para suceder a Otón IV. Otón se había enemistado con
los tres arzobispos electores del Sacro Imperio (los de Maguncia, Colonia y
Tréveris) y al pretender retomar, ahora para la casa de Brunswick, el proyecto
imperial de los Hohenstaufen, el papado lo había marcado como enemigo, e
Inocencio III lo había excomulgado. Sin embargo, pudo mantener su posición
hasta que fue derrotado en la batalla de Bouvines en el mes de julio de 1214
por las fuerzas del Rey Felipe II de Francia. Fue depuesto en 1215.
Federico
fue de nuevo elegido en 1212, y coronado Rey de Romanos el 9 de diciembre de
1212 en Maguncia; una nueva ceremonia de coronación tuvo lugar al ser depuesto
Otón IV en 1215. La autoridad de Federico en Alemania era débil, como lo
demuestran las continuas confirmaciones de su elección. Sólo el sur de
Alemania, donde se encontraban sus territorios patrimoniales (Suabia) lo
reconocía con algún grado de adherencia a su causa; en el norte de Alemania,
centro neurálgico del poder güelfo, Otón seguía ostentando el poder real e
imperial pese a su excomunión. No obstante, su derrota en la batalla de
Bouvines lo obligó a retirarse al núcleo güelfo donde, prácticamente sin ningún
apoyo, fue asesinado en 1218. Los príncipes electores alemanes, apoyados por
Inocencio III, volvieron a confirmar una vez más a Federico como Rey de Romanos
en 1215, y el propio papa lo coronó rey en Aquisgrán el 23 de julio de 1218.
La
política papal, por aquél entonces, había pretendido hacer de Federico un
vasallo fiel a su causa; sin embargo, Inocencio III no se sentía lo
suficientemente cómodo defendiendo la candidatura imperial de Federico, quien
al fin y al cabo era miembro de la familia Hohenstaufen, una «estirpe de
víboras» que era apoyada por muchas facciones gibelinas contrarias a los
intereses papales.
No
fue hasta 1220 cuando, tras arduas negociaciones con Inocencio III y su sucesor
Honorio III –que sucedió a aquél en 1216, y que había sido profesor del propio
Federico–, Federico fue coronado Sacro Emperador Romano en Roma por el Papa, el
22 de noviembre de 1220. Al mismo tiempo, su hijo mayor, Enrique, fue coronado
como Rey de Romanos. Las condiciones prometidas a cambio de la coronación
fueron duras, e incluían condonar la
deuda pontificia, renunciar a la condición de legado apostólico en el Reino
de Sicilia, socorrer al Imperio Latino de Constantinopla y embarcarse en una
cruzada hacia Tierra Santa, para recuperar los Santos Lugares. Federico, una
vez coronado, no se mostró muy dispuesto a cumplir estas promesas, aunque habló
de preparar una cruzada. Por su parte, casó a una hija suya con el emperador de
Nicea, lo cual demostró a las claras su poco interés en socorrer al Imperio
Latino de Constantinopla.
Federico
no daba signo de querer abdicar al Reino de Sicilia, pero mantiene la firme
intención de tener separadas las dos coronas. Alemania la dejaba a su hijo,
pero, en cuanto emperador, mantenía la suprema autoridad. Habiendo crecido en
Sicilia es probable que se sintiese más ítalo-normando que alemán, pero sobre
todo conocía bien el potencial del reino siciliano, con una floreciente agricultura
y ciudades grandes y con buenos puertos, además de la extraordinaria posición
estratégica en el centro del Mediterráneo.
A
diferencia de la mayoría de los Emperadores del Sacro Imperio, Federico pasó
poco tiempo en Alemania. En 1218 ayudó a Felipe II de Francia y al duque de
Borgoña, Eudes III a acabar con la guerra de sucesión en la Champaña, al
invadir la Lorena, capturando y quemando Nancy, donde tomó prisionero a
Teobaldo I de Lorena, y obligándolo a que retirara su apoyo al pretendiente
champañés Erard de Brienne. Tras su coronación en 1220, Federico apenas si
volvió a salir de Italia hasta 1236, salvo para la Sexta Cruzada. En 1236
realizó un viaje de un año a Alemania, y a su regreso en 1237, pasó el resto de
su vida, 13 años, en el sur de Italia o en Sicilia.
En
el Reino de Sicilia (usualmente llamado en aquél tiempo el Regnum), que por
aquél entonces comprendía también el sur de Italia hasta la Campania, realizó
un intensa y a veces impopular labor de reformas. Reformó las leyes de su
abuelo Rogelio II de Sicilia, promulgando las Constituciones de Melfi en 1231;
en ellas se reorganizaba el reino de Sicilia como una monarquía autoritaria,
con un gobierno centralizado, renegando del feudalismo. Estas leyes continuaron
siendo, con unas mínimas reformas, las leyes básicas de Sicilia hasta 1819. Por
cierto que ciertas nuevas leyes contradecían su promesa al papa de renunciar a
la legatura apostólica sobre el reino, que le daba derecho a controlar los
asuntos eclesiásticos y a deponer y nombrar clérigos y obispos. De hecho, sus
continuas refriegas con el papado en la forma de las luchas entre güelfos
(pro-papales) y gibelinos (pro-emperador), sobre todo en el norte y sur de
Italia, lo llevaron a promulgar nuevos impuestos y a elevar los antiguos en el Regnum,
lo que aumentaron su impopularidad.
En
general, sus asuntos lo alejaban de su capital, Palermo, y prefería pasar los
momentos de asueto cazando en Campania o en Apulia. Durante este períodose hizo
construir, como pabellón de caza, Castel del Monte y, como patrón de las letras
fundó en 1224 la Universidad de Nápoles, ahora llamada Università Federico II
en su honor.
[editar]
Confederación con los Príncipes Eclesiásticos
El
Tratado de la Iglesia con el Príncipe, o Confoederatio cum principibus
ecclesiasticis, del 26 de abril de 1220 fue emanado de Federico II como
concesión a los obispos alemanes para tener su colaboración en la elección de
su hijo Enrique como Rey de Alemania. El documento representa una de las más
importantes fuentes legislativas del Sacro Imperio Romano Germánico en el
territorio alemán.
Con
este acto Federico II renuncia a un cierto número de privilegios reales en
favor de los príncipes-obispos. Fue un verdadero cambio en el equilibrio del
poder, un nuevo diseño que debía llevar a mayores ventajas en el control de un
territorio vasto y lejano.
Entre
los muchos derechos adquiridos, los obispos asumieron el de acuñar moneda,
decretar impuestos y construir fortificaciones. Además, éstos obtuvieron
también la facultad de instituir tribunales en sus señoríos y de recibir la
asistencia del rey o del emperador para hacer respetar los juicios emanados en
los territorios en cuestión. La condena de una corte eclesiástica significaba
automáticamente una condena y una punición de parte del Tribunal Real o
Imperial. Es más, una excomunión se traducía automáticamente en una sentencia
como criminal de parte del tribunal del Rey o del Emperador. El ligamen entre
el tribunal del Estado y el local del Príncipe Obispo se soldó
indisolublemente.
La
emanación de esta ley se relacionaba directamente con la posterior Statutum in
favorem principum que sancionaba similares derechos para los príncipes laicos.
El poder de los señores aumentaba, pero crecía también la capacidad de control
sobre el territorio del imperio y sobre las ciudades. De este modo, Federico II
sacrificó la centralización del poder para asegurarse una mayor tranquilidad en
la parte continental del Imperio mismo, de modo de poder volver su atención
sobre el frente meridional y mediterráneo.
Federico
pudo entonces dedicarse a consolidar las instituciones del Reino de Sicilia,
estableciendo dos grandes asentamientos en Capua y en Messina (1220-1221). En
aquellas ocasiones reivindicó que cada derecho regio confiscado en el pasado a
diverso título a los feudatarios deviene inmediatamente reintegrado al
soberano. Introduce además el Derecho Romano, con la accesión de Justiniano
reelaborada por la Universidad de Bolonia. En Nápoles fundó la Universidad en
1224, de la cual salió la mayoría de los funcionarios en grado de servirlo, sin
que sus partidarios tuvieran que ir hasta Bolonia para estudiar. Favoreció
también la antigua y gloriosa escuela médica salernitana.
Ya
el papa Honorio III había ordenado a Federico que fuera a las Cruzadas como
penitencia. El emperador había asentido, pero había ido demorando la partida,
lo que le valió la excomunión en 1227. El nuevo papa, Gregorio IX, mucho menos
condescendiente que el débil Honorio III, llegó a calificar a Federico de
Anticristo, y predicó un infructuosa cruzada contra él, que fue rechazada de
lleno por el resto de monarcas europeos, al considerar que, aunque excomulgado,
Federico seguía siendo cristiano. La ruptura con el papado era evidente, y las
acciones de Federico en Sicilia lo confirmaban. En 1225 Federico había
contraído de nuevo matrimonio, esta vez con Yolanda de Jerusalén, heredera al
trono del Reino de Jerusalén. A fin de hacer valer los derechos de su esposa,
consiguió deponer al entonces rey titular Juan de Brienne y ser reconocido él
mismo como Rey de Jerusalén a partir de 1225.
Pese
a ello, Federico, que nunca dispuso de un gran número de tropas, no se decidía
a marchar a Tierra Santa. Cuando Gregorio IX lo excomulgó en 1227, había
amagado con partir hacia Palestina, pero había cancelado su expedición en
último momento aduciendo haber caído enfermo, algo que no convenció al Papa.
Finalmente, aprovechando un momento de debilitamiento del poder musulmán en
Oriente Próximo, Federico partió hacia Palestina en 1228 sin la bendición
papal. Este acto fue visto por el papado como una provocación, pues se
realizaba sin su consentimiento y por parte de un excomulgado; por todo ello,
lo volvió a excomulgar.
En
Tierra Santa, el sultanato egipcio Ayubí se encontraba una posición política
comprometida: sus parientes y rivales de Siria y Mesopotamia amenazaban con una
guerra, por lo que consideraba peligroso comenzar una nueva contienda con las
potencias occidentales. Por ello, Federico, con un reducido ejército, consiguió
reconquistar Chipre, que se encontraba en un estado de anarquía tras el colapso
del poder cruzado. En Tierra Santa, y gracias a la ayuda de su consejero, el
maestre de la Orden Teutónica, Hermann von Salza, firmó una tregua de diez años
con el sultán ayubí Al-Kamil a cambio de la posesión, en realidad, de modo
nominal, de los Santos Lugares Cristianos, entre ellos Nazaret, Belén y
Jerusalén, exceptuando los lugares santos para el Islam. Tras firmar un
armisticio de diez años con el sultán, fue coronado rey de Jerusalén el 18 de
marzo de 1229.
Esto,
de nuevo, fue una provocación para el papado, puesto que, en el ínterin, su
esposa y legítima reina, Yolanda, había muerto, dejando el reino a su único
hijo, Conrado. Así, Gregorio IX no respondió a estos éxitos con la absolución
de Federico, sino que declaró que las acciones del emperador en Tierra Santa no
podían calificarse como guerra santa al continuar estando excomulgado, y
procedió a liberar a los cruzados del voto de obediencia al Emperador. Los
logros de Federico II en Tierra Santa fueron bastante precarios, y dependían
más de la coyuntura política árabe que del poderío cristiano; no pudo evitar
los enfrentamientos entre las Órdenes Militares y los barones locales, ni entre
venecianos y genoveses, que asolaban la costa de oriente próximo.
Por
su parte, en 1229 tuvo noticia de que el Papa, junto a la Liga Lombarda de
mayoría güelfa, planeaban invadir el reino de Sicilia; su propio hijo Enrique,
regente suyo en Alemania, se había proclamado rey con el consentimiento papal,
y reclamaba los dominios de su padre. Abandonó la cruzada y regresó
apresuradamente a Italia.
Tras
desembarcar en Brindisi, Federico logró derrotar a las fuerzas pontificias y
lombardas, expulsándolas de los territorios imperiales. Firmó en 1230 la
Tratado de San Germano, por la que el Emperador aseguraba a la Iglesia sus
posesiones territoriales a cambio de que el Papa revocara su excomunión. Tras
esta contienda, Federico, con el apoyo de las ciudades gibelinas de la Toscana
(Pisa y Siena) y la Lombardía (Verona y Piacenza) consiguió un cierto dominio
de Italia.
Esta
paz fue, sin embargo, muy efímera. Por la diferente forma de concebir el papado
y el pontificado entre Gregorio IX y Federico II, un nuevo enfrentamiento era
ineludible. Así, cuando en 1237 las tropas imperiales derrotaron a la Liga
Lombarda en la batalla de Cortenueva, el Papa encontró la excusa para volver a
excomulgar a Federico en 1239. Inmediatamente ordenó una cruzada contra el
emperador, e intentó infructuosamente que los príncipes alemanes eligieran un
nuevo rey y convocó un concilio en Roma para 1241.
Federico
anunció, por su parte, su oposición total a la celebración de un concilio que
no tenía otra motivación que la de su deposición y sustitución, por lo que
ordenó a sus tropas que apresaran a todos los que viajaran a Roma con la
intención de participar en el mismo. La detención y encarcelamiento de más de
cien clérigos impidió la celebración del sínodo. Poco después fallecía Gregorio
IX.
Elegido
Inocencio IV como nuevo papa, Federico envió emisarios para acordar la paz,
pero sin renunciar a su poder e influencia en las decisiones eclesiásticas.
Inocencio IV exigió de Federico el reconocimiento del daño que había causado a
la Iglesia. Finalmente llegaron ambas partes a un acuerdo el 31 de marzo de
1244. En el mismo se restituía a la iglesia en sus posesiones, especialmente
los Estados Pontificios, y se liberaba a los prelados favorables al Papa que
mantenía presos. Aunque había firmado la paz con él gracias a la mediación del
rey de Francia, se sintió incómodo en Italia por la presencia de la milicia
imperial y decidió refugiarse en Lyon con el apoyo de los genoveses.
Inocencio
IV convocó, nada más llegar a la ciudad, el 3 de enero de 1245 el Concilio de
Lyon pese a la oposición del emperador. Sintiéndose fuerte, Inocencio procedió
a acusar a Federico de usurpar y oprimir los bienes de la iglesia, y terminó
por excomulgarlo el 17 de julio del mismo año, por no organizar una nueva
Cruzada.
Federico
organizó tropas para enfrentarse al papado. Inocencio IV, por su parte,
pretendió organizar una cruzada contra el propio emperador movilizando a los
príncipes alemanes. En ese camino pretendió la elección de Enrique Raspe y,
aunque éste fue proclamado Emperador el 22 de mayo de 1246, nunca fue
reconocido como tal. Al mismo tiempo provocó el alzamiento contra el emperador
de muchas ciudades del norte de Italia. Obtuvo una importante victoria el 18 de
febrero de 1248 en la batalla de Parma, al capturar por sorpresa las tropas
papales el campamento imperial.
No
tomó parte en esta última campaña. Federico había estado enfermo y
probablemente se sentía cansado. Murió pacíficamente, vistiendo el hábito de un
monje cisterciense, el 13 de diciembre
de 1250 en Castel Fiorentino cerca de Lucera, en Apulia, después de un
ataque de disentería.
Fue
conocido en su tiempo como «stupor mundi» (pasmo del mundo) por su carácter
excéntrico y heterodoxo y por sus conocimientos. De él se dice que hablaba
nueve lenguas y escribía en siete, a diferencia de otros monarcas de su época,
muchas veces analfabetos. Su curiosidad intelectual lo llevó a profundizar en la
filosofía, la astronomía, las matemáticas, la medicina y las ciencias
naturales. En 1224 fundó la Universidad de Nápoles. Además mandó construir el
Castillo del Monte en Apulia (que aparece en la moneda italiana de un céntimo de
Euro.
Escribió
algunos libros de origen científico. Uno de los más conocidos es “De arte
venandi cum avibus”, que es un tratado de cetrería.
Se
dice que, en su interés por dilucidar cuál era la lengua originaria de la
humanidad, ordenó aislar a un bebé de todo contacto verbal, esperándose que el
niño, al crecer sin haber oído nunca a nadie hablar en ningún idioma,
aprendiera espontáneamente a hablar en la lengua original de la Humanidad, que
Federico sostenía que era el hebreo. El experimento fracasó porque las hayas
del niño lo enseñaron a hablar a escondidas. Su carácter fue tildado de
extravagante, despreciando todas las convenciones sociales de la época, tales
como las relaciones de vasallaje, el concepto de honor, etc. Esto, a largo
plazo, le causó graves problemas políticos, al ser visto como un posible socio
poco de fiar.
Estimando
a fondo la célebre obra legislativa de Federico II, se observa, sin embargo,
que no es tan revolucionaria como parece y que se asienta de hecho en la obra
de sus predecesores normandos.
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